La generosidad se construye, no es algo natural del ser humano. El individuo siempre tiende a ser egoísta pues está programado para sobrevivir a cualquier costo. Por medio del instinto de conservación –egoísta a todas señas-, los humanos tratamos de procurarnos siempre lo mejor para nosotros mismos, y eso implica de alguna manera desentendernos del otro y enfocarnos en nosotros.
La forma más extrema de este enfoque en nosotros mismos es el egoísmo –literalmente, amor a uno mismo-, y aunque ello no sugiere intrínsecamente una falta de amor a los demás, lo cierto es que quien se ama a sí mismo más de lo sanamente aceptable tiende a negar amor a los otros.
Pero el egoísmo es algo más que amarse a sí mismo de forma desmedida, algo más que acaparar para sí bienes de todo tipo, el egoísmo es una actitud individualista que impacta en la manera en que nos enfrentamos al mundo y vivimos en él. Los individuos egoístas suelen entender lo que sucede a su alrededor desde la estrecha lente de su propio mundo y sus propias necesidades y anhelos. El individuo egoísta no aprecia la vastedad del mundo, la complejidad de la vida, la naturaleza cambiante del pensamiento. El individuo egoísta es más bien caprichoso, con una excesiva consciencia de su propia valía y sus propios méritos. Por eso, creyendo merecer más de lo que recibe, el individuo egoísta busca recrear su vanidad; el carácter narcisista del egoísmo tiene su origen justamente ahí.
Todo ello lleva a la persona egoísta a un estado tal de centramiento en sí misma que le resulta imposible entenderse, entender a los demás y al mundo que le rodea fuera de este círculo vicioso que se conforma a su alrededor. Su “mirada” y su “lectura” sobre los sucesos y las personas que le rodean se circunscriben a sus propios valores. No deja margen a la diferencia, a la diversidad; en suma: al otro. Para el individuo egoísta los demás no son otros igual que él, son otros en función de él.
Como se puede notar, lo anterior refrenda la incapacidad para conmoverse ante los intereses y necesidades ajenas; y también visibiliza las actitudes injustas del egoísta que hace del otro un mero instrumento a su beneficio. Vanagloria, desestimación del otro, soberbia, presunción son algunos de los atributos con los que carga el egoísta y ello es lo que tiene consecuencias negativas en el plano de las relaciones sociales pues las actitudes egoístas socavan las necesarias actitudes generosas entre los miembros de una sociedad.
El generoso es fecundo en la provisión de bienes y favores a los demás, y por ello sugiere cierta negación de nuestro yo, de nuestro yo egoísta. La generosidad constituye una actitud de entrega, de manera que dicha actitud es muestra de ser desprendidos. Pero esto, como ya se vio antes, no es natural. Lo natural es el instinto de sobrevivencia que nos hace acaparar para sí todo, como los egoístas, de manera que nacemos egoístas y nos vamos haciendo –con suerte- generosos.
Pero ¿qué hace falta para construirnos como generosos? Lo primero que me viene a la mente es precisamente desprendernos de lo que nos rodea, aun si lo necesitamos; pero probablemente la manera más fiable de ser generosos es asegurarnos de sentir el sufrimiento y la necesidad ajenas, de conmovernos ante el dolor, de tender la mano para ayudar al otro.
Insisto: a ser generosos se aprende. Aquí van algunos tips:
Educar a los hijos y a uno mismo en el egoísmo sano, el egoísmo virtuoso. Porque sí, existe un egoísmo bueno, que es aquel que permite reconocernos como individuos con necesidades, con pasiones, con puntos de vista.
Ofrézcale amor a sus hijos, atiéndalo; sobre todo cuando son pequeños necesitan ser atendidos, pero cuando son grandes también. No lo olvide. Sin embargo, su hijo está llamado a valerse por sí mismo y adquirir esta independencia es un proceso. En el ínter no le dé más de lo preciso, no lo socorra si no pide ayuda, tampoco –desde el lado opuesto- le exija lo que no puede dar. Un niño mimado y un niño olvidado son caras de una misma moneda: suelen desarrollar tendencias egoístas.
Aprenda y enseñe a confiar en sí mismo. Ello ayuda bastante a renunciar a los bienes materiales y a ejercitar el desprendimiento, necesario para poder ayudar a los demás.
Aprenda y enseñe la austeridad, la humildad, la compasión. Todos estos valores contribuyen a ver al otro como un semejante, con los mismos derechos de ser comprendido, de ser respetado y de ser socorrido cuando lo necesita.
Aprenda y enseñe a ver al otro como a sí mismo. Es el camino más seguro para construir la generosidad.
✍ Psicoterapeuta Claudia Garibay
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