El trabajo infantil es una forma muy normalizada de violencia hacia los menores que atenta contra su desarrollo físico, psicológico, cognitivo e integral, privando a las niñas y niños de su niñez.
La niñez es posiblemente de las etapas de la vida donde se forman más vínculos y asociaciones mentales: involucra un proceso de gran socialización, de adquisición de capacidades de relación con otros seres humanos, y donde se desarrollan diversas facultades cognoscitivas como lo es la memoria, la percepción y el razonamiento; es una etapa en la que se comienza a desarrollar el pensamiento lógico, creando una separación entre realidad e imaginación, entre muchas otras.
Por ello, la niñez es una etapa fundamental para el futuro de cualquier ser humano, ya que sin haber desarrollado capacidades como las anteriormente descritas, el mundo adolescente e incluso el adulto suele ser un poco complejo de sobrellevar. Muchos estudios reportan que traumas en etapas tempranas del desarrollo, como lo es la infancia y la niñez conllevan en mayor medida a patologías mentales, como lo es la bipolaridad, la depresión y la ansiedad generalizada, así como al consumo de drogas de abuso durante la adolescencia y la etapa adulta, resaltando nuevamente la importancia de tener y procurar una niñez sana.
Definitivamente el trabajo infantil se puede considerar un trauma en la niñez ya que al privar a las y los menores de las actividades que deben desempeñar, correspondientes a su edad, y por el contrario, sumergirlos en un mundo sin juegos, sin tiempo de ocio y sin aprendizaje alguno, coarta su desarrollo provocando enfermedades mentales como las antes mencionadas.
En el mundo se estima que cerca de 215 millones de niños y niñas trabajan, de los cuales, más de la mitad lo hacen en condiciones marginales, realizando jornadas completas (más de 36 horas a la semana), lo que definitivamente las y los priva de jugar, aprender, ir a la escuela y descansar, además de estar constantemente expuestos y expuestas a contaminantes o a maquinarias peligrosas (Organización Internacional del Trabajo, 2008).
Por supuesto en este lamentable panorama, México no es la excepción; en realidad, México es el segundo país de América Latina con mayores índices de trabajo infantil. Según datos de una encuesta realizada por el INEGI en el 2011, existen más de 3 millones de niños y niñas que trabajan en México, es decir, más del 10% de la población infantil; de ellos, casi la mitad trabaja y estudia al mismo tiempo; la otra mitad, no asiste a la escuela debido a sus responsabilidades como trabajadores.
De acuerdo con datos de la misma encuesta, la situación se agrava si se tiene en cuenta que del total de niños y niñas en situaciones de trabajo infantil, 2 millones trabajan en ocupaciones no permitidas (89,5%), de los que 887.041 no cumplen con la edad mínima permitida (39,9%), y 1,3 millones realizan una actividad peligrosa (60%). Cabe recalcar que el 44% del total de la muestra de niños encuestados, no recibía salario alguno por su trabajo, lo que corresponde a un régimen de esclavitud, lo cual además de ser maltrato infantil es completamente penado por la ley.
Como se ha podido ver, la situación del trabajo infantil es realmente grave y atenta contra los derechos humanos de las y los menores al no sólo coartarles su natural desarrollo en esta etapa de la vida, la infancia, sino también al provocar daños mentales que muchas veces, si no se atienden a tiempo, pueden ser hasta irreversibles.
La naturalización del trabajo infantil es algo contra lo que cualquier sociedad democrática debe pronunciarse para erradicarla. El trabajo infantil, sencillamente, no debe existir y el Estado debe procurar esta garantía y su pleno disfrute.
✍ Psicoterapeuta Claudia Garibay
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