La enfermedad del alcoholismo aparece antes de que el alcohólico beba la primera copa. Su neurosis es preexistente a su adicción por el alcohol.
Estudios recientes, particularmente en las áreas de neurobiología y de neurociencia han demostrado de manera contundente un apuntalamiento neurobiológico entre la dependencia química y la adicción. No es un tema de fuerza de voluntad, sino un proceso neurobiológico que se “apodera” del cerebro de la persona. En esencia, el cerebro deja de enviar señales de que demasiado de algo bueno, puede No ser para nuestro beneficio. La persona solamente recuerda el placer que le brindó el comportamiento adictivo.
La cabeza adictiva representa la ingobernabilidad del alcohólico ante el alcohol. La cabeza neurótica representa la ingobernabilidad del alcohólico ante sus sentimientos y emociones.
No obstante, una persona pueda estar genéticamente predispuesta a alguna adicción, el comportamiento y el estilo de vida de cada persona influye significativamente. Para muchos las drogas y el alcohol son la perfecta solución para reducir el dolor y/o el malestar que puede estar presentándose en su vida. Este malestar no tiene que ser necesariamente de naturaleza traumática; simplemente puede ser la respuesta natural de una persona hacia los factores de la vida diaria que generan estrés. La persona puede experimentar con el uso y consumo de sustancias una manera de reducirlo. Vale la pena mencionar que en la conciencia de esta persona lo que va a prevalecer es la sensación de “sentirse bien” que provocan estas sustancias.
El borracho seco es un negador. Niega su realidad alcohólica con persistencia de los mecanismos de racionalización y proyección.
Con frecuencia cuando a un alcohólico se le pregunta qué va a hacer para prevenir una recaída, responde: “nunca voy a volver ingerir”. Es como si dijera: “nunca me va a dar un catarro”. Por lo tanto, no es realista, considerando además la neuroquímica entre la mente y el cuerpo. La recuperación consiste, no únicamente en que cambie su comportamiento adictivo; sino en ayudarle a tomar nuevamente las riendas de su vida y a tener nuevas metas. El trabajo aquí sería en su autoayuda.
El borracho seco experimenta espiritualidad ausente o muy empobrecida, con soberbia intelectual, tendencia al materialismo y nula o poca fe.
Alcanzar la sobriedad implica la práctica de cualidades como la libertad, la responsabilidad, la honestidad y la humildad…
La crisis de valores que vivimos en la actualidad, en donde el vacío reina en nuestras vidas, nos ha hecho perder la fe en nosotros mismos, en los demás, en el mundo y en un poder superior. Nos hemos vuelto soberbios, carecemos de humildad, hemos perdido el contacto con lo verdaderamente importante. Hemos dejado de prestar a la vida atención plena y completa, por lo cual ya no percibimos el infinito valor de todas las cosas.
La fe, la aptitud para practicar el bien, la apreciación de nuestra condición humana, la capacidad de gozo y el privilegio a la libertad habría que recordárselas al borracho seco, a su cabeza neurótica. Como terapeuta me dedicaría en ayudarle a reconocer el carácter tan precioso de cada jornada. A que practique en él y en otros el amor: ese olvidado arte de sentirse encantado por uno mismo y por otro ser que nos produzca una ilusión íntegra y el sentirnos absorbidos por ella hasta la médula,
El patriarcado minado, según Fromm, en donde en apariencia domina el hombre, pero la verdaderamente fuerte es la mujer (madre o esposa); es decir, es un matriarcado disfrazado de patriarcado.
Para mi congoja, somos las mujeres las que criamos y educamos, somos las forjadoras del “niño rey”. Creando, de esta manera, hijos dependientes de ella y a la vez que la dominan. En el futuro, este “niño rey”, buscará una mujer con características parecidas a su Madre; es decir, psicológicamente fuerte para que dependa de ella, pero que se deje dominar. La Mamá tiende a sobre proteger a su hijo, haciéndolo sentir que merece todo, que es el mejor, haga lo que haga. A su vez el hijo la puede engañar, agredir, insultar, pero ninguno de los dos puede soportar que el otro lo abandone. Estos hombres nunca se hacen responsables de sus actos y el mundo es el que confabula contra ellos.
El alcohólico y el adicto a drogas, siempre racionalizan su necesidad compulsiva de alcohol y drogas, justificando con pretextos el por qué consumen.
Esto es natural, ya que el “niño rey” es:
Narcisista: su Madre se ha encargado de hacerle ver, la extraordinaria persona que es. Son personas encantadoras, seductoras, sensuales y cuidan su imagen.
Irresponsable: Desde pequeños se les enseñó que los demás son culpables de sus errores. Ellos no han tenido que esforzarse en conseguir lo que tienen; les es complicado asumir responsabilidades, las evaden. Son inconstantes, todo se debe lograr a corto plazo y si no mejor abandonan lo que sea. Suelen ser mantenidos por el resto de la familia.
Infantil: Son caprichosos con poca tolerancia a la frustración: lo merecen todo… pueden ser chantajistas, manipuladores y violentos.
No admite la autoridad: Nunca le pusieron límites y ahora menos. Suelen tener problemas con la autoridad.
Egoista y egocéntrico: Sólo sus necesidades son importantes.
Exigente: Siempre piden a los otros más y más y ellos tienen el mínimo rastro de auto exigencia.
Dependiente emocional: Pueden humillar a sus Madres y a sus parejas, pero a la vez dependen emocionalmente de ellas. No conciben el abandono y, si se produce, llegan a la destrucción de otros y a la de ellos mismos.
El alcohólico y el adicto en general, cuando comienzan su proceso de recuperación, se enfrentan a la culpa y al resentimiento, ambos altamente disruptivos.
“Resentimiento quiere decir volver a sentir. El resentido está atrapado en ese sufrimiento psicológico que provoca el rencor. El resentido se envuelve en su conmiseración. Es el ofensor número uno; destruye más alcohólicos que cualquier otra cosa…”
Vencer el resentimiento, es para mí, superar la cobardía y la sensación de estar herido. Un alcohólico se encuentra fundamentalmente herido, y esto le provoca miedo. El miedo es nerviosismo, es inquietud, es una sensación de incapacidad, es el sentimiento de sentirnos incapaces de enfrentarnos a los desafíos de la vida; y, la vida, es abrumadora. El miedo procede de la incapacidad para armonizar o sincronizar la mente con el cuerpo; la imagen que tiene un adicto de sí mismo es similar a la de una caricatura.
El adicto tiene mucho que afrontar, mucho que abandonar y, tal vez, no quiera hacerlo, pues su neurosis lo rebasa.
✍ Psicoterapeuta Claudia Garibay
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