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  • Psicoterapeuta Claudia Garibay

Los privilegios de los hombres: la contracara de las autoviolencias femeninas. Décimo segunda parte

En el sistema hetero-patriarcal, ser hombre tiene sus bemoles ya que muchas veces las expectativas vinculadas a lo masculino derivan en situaciones tóxicas que acaban por autoviolentar a los hombres mismos; sin embargo, en relación con las mujeres los hombres viven una situación de privilegio. Me explico.

Los hombres, específicamente los que se identifican con una masculinidad hegemónica, y además si son blancos, pertenecen al 1% de la población mundial más privilegiada que existe. Así es, el 1%. Y son privilegiados porque sus derechos –esos que nos hace iguales a todos los seres humanos del mundo- se cumplen, en contraposición por ejemplo de los derechos de las mujeres. El de la inseguridad es uno palpable, pues si bien a los hombres los matan más que a las mujeres, a ninguno los matan por ser hombres. Esto indica que no existe el masculinicidio, si se me permite la palabreja.

Indudablemente, este solo hecho, entre otros, nos habla de una supremacía masculina. Los hombres pueden darse el lujo de caminar por las calles tranquilos, nadie les va a gritar cosas obscenas, nadie va a mandarles besos, nadie va a intentar tocarlos, nadie los va a violar por simplemente caminar en la calle. Tampoco nadie juzgará lo que tienen puesto, y mucho menos van a culpar a su vestimenta si es que llegan a sufrir una agresión.

Ni el hombre más vulnerable del mundo, jamás estará expuesto a tantas violencias ni opresiones como una mujer en su misma situación y condición.

Los hombres, de igual forma, nunca van a percibir un sueldo menor que una mujer por realizar el mismo trabajo, e incluso si llegan a tener un ascenso laboral nadie cuestionará la forma en la que lo logró; nadie creerá que usó su cuerpo para obtenerlo. A los hombres, tampoco se les preguntará en una entrevista de trabajo si planean tener hijos en un futuro próximo, sobre todo porque los hombres siguen sin tener esa responsabilidad en la paternidad como deberían. Y en el caso de que sean padres comprometidos, se les alabará, como si no fuese obvio que un padre comprometido debería ser un padre normal. Lo mismo sucede con el trabajo doméstico pues nadie espera que los hombres participen de eso, por lo que, si lo hacen, se le ve como un hombre ejemplar.

Y quizás el privilegio más fuerte de todos, es que los hombres sí pueden hablar de sus privilegios, cuestionarlos, analizarlos y tratar de cambiarlos, y cuando eso pasa, les volvemos a aplaudir y volvemos a sostener la idea de su supremacía. El privilegio de los hombres –no así las mujeres- está básicamente en su poder de elección y decisión, sobre todo en función de sus luchas y la manera en la que se enfrentan a ellas. Y aunque se podría decir que algunas mujeres también tienen esa posibilidad, siendo honesta me pregunto: ¿cuántas de nosotras realmente podemos elegir al interior de nuestras luchas, aquella que más nos concierne porque es la que más nos oprime: entre sí encarar los machismos que vivimos día con día y salir vivas del intento? Esta es una realidad innegable y profundamente desigual, donde el reparto de los derechos no solo no nos ha favorecido, sino que aquellos que hemos alcanzado quedan muchas, pero muchas veces, sin cumplir. Esta es una llamada de atención a los hombres, a que estén conscientes de sus privilegios y de la forma en que estos afectan la sana relación con las mujeres. Para acabar con estos privilegios es necesario gestionar una responsabilidad compartida: las mujeres intentando erradicar las autoviolencias y los hombres entendiendo que buena parte de esas autoviolencias femeninas se hallan inscritas en la desigualdad de los privilegios masculinos al interior de un sistema, de una estructura de opresión y discriminación contra las mujeres. Es hora de cuestionar y renunciar a los privilegios masculinos para cooperar en el trazado consciente de un mundo más parejo para todos y todas.

✍ Psicoterapeuta Claudia Garibay

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