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  • Psicoterapeuta Claudia Garibay

Desconfianza, violencia y relación de pareja. Segunda parte


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2. Construyendo los soportes conceptuales de la desconfianza como acto de violencia

La tesis implícita de que la confianza supone bienestar y la desconfianza resulta negativa ha sido cuestionada teórica y empíricamente por varios investigadores, aunque hay que señalar que éstos lo hacen desde la noción de confianza social; en ese sentido, pareciera que concebir la desconfianza como factor de violencia resulta cuestionable en tanto a comportamiento negativo. Sin embargo, como acto violento, la desconfianza en las relaciones de pareja puede comportar diferencias en cuanto a lo social, ya que la relación de pareja es una relación que se supone íntima, pero sobre todo idealmente regida por la confianza.


La relación de pareja resulta una relación distinta a la que los sujetos establecen en el plano social ya que la relación de pareja es no sólo de carácter interpersonal, sino también amorosa, afectiva, íntima. Dice Maureira (2011, p. 323-324) que la relación de pareja es una dinámica relacional humana inserta en un contexto sociocultural e histórico donde el amor es uno de los elementos conformativos, pero no el único. La relación de pareja, continúa el autor, se funda en el compromiso, la intimidad, el romance y el amor. De todos ellos, según el propio Maureira (2011, p. 328) es el elemento de la intimidad el que permite generar confianza y seguridad porque junto con el apoyo y la disposición a compartir, la intimidad está basada esencialmente en la reciprocidad y la comprensión del Otro como sujeto confiable.

Por otro lado, para Vivian Romeu (2013a): reciprocidad, confianza, interdependencia, intimidad y empatía son términos que utiliza para demostrar que la relación íntima con el Otro es algo más que una condición de la comunicación interpersonal. En ese sentido, según la autora, una cancelación de los mecanismos de confianza generaría “incomunicación”[1], de lo que deducimos que la desconfianza tiende a fracturar la relación comunicativa interpersonal que, en el caso de la relación de pareja, resulta el motor de la relación comunicativa en sí misma. Y es que confiar presupone un riesgo, una expectativa. Al confiar se apuesta por el Otro, o más específicamente, por el cumplimiento de las promesas del Otro. Confiar es, entonces, una acción psicológica en la que el sujeto confiado se predispone a confiar en quien percibe puede hacerlo. Pero hay que aclarar que esta percepción no sólo es volitiva y razonada, sino que es esencialmente un acto emocional y empático de “darse” al Otro. Por eso cuando se siente o se cree que la confianza ha sido traicionada, se siente o se cree traicionado el sujeto mismo.

En eso esencialmente consiste la desconfianza: una traición al sujeto.

Señala Romeu (2013a, p. 70) que en la desconfianza se sospecha de las intenciones del Otro.  Al desconfiar se obstaculiza el riesgo que significa exponerse ante el Otro. Se trata, como se puede ver, de una especulación en torno a las intenciones del Otro; de manera que desconfiar es también sospechar. Si en la confianza el Otro es como el Yo (relación íntima), en la desconfianza el Otro es un Tú, un ajeno (relación distante). Esto es lo que me lleva a decir que desconfiar es un “acto destierro” tanto hacia el sujeto desconfiado como hacia el sujeto de su desconfianza, y en ese sentido sería también un acto de violencia. Veamos.

El sujeto desconfiado, al sospechar de las intenciones del Otro, o del cumplimiento de sus promesas, se violenta a sí mismo porque fractura su propia capacidad empática y confiable; es así que el desconfiado siente dificultad para ver al Otro como parte de sí mismo, asumiéndose inseguro y desprotegido por ese Otro en quien confió, pero también siente dificultad de verse a sí mismo como confiable para velar por su propia protección o seguridad.

En cuanto al Otro, la desconfianza se torna un acto violento cuando el sujeto desconfiado desconfía de la promesa de intimidad, de seguridad, ayuda, compromiso y responsabilidad del Otro para con él.

Hay que tener en cuenta que esto resulta violento porque desconfiar del cumplimiento de la promesa del Otro, o de sus intenciones es siempre un acto especulativo; incluso se podría decir que es un acto “irracional” o sin fundamento, pues la sospecha no es más que una “impresión”, jamás una certeza. Para convertir la sospecha en un hecho es necesario probar que se está en lo cierto, y eso es lo que hace o intenta hacer el desconfiado: hacer todo lo posible para que su sospecha pueda ser demostrada y convertir lo sospechoso en un hecho, una verdad.

Para lograr lo anterior el desconfiado sólo tiene un camino: posicionarse como sujeto de poder, es decir, como dominante pues necesita trocar su sospecha en verdad y esto sólo puede ser posible: a) si es verdad, lo que implicaría un reconocimiento intersubjetivo del hecho como verdad: el desconfiado deberá asegurarse que el Otro reconozca que ha incumplido su promesa de protección y seguridad b) si el Otro no destruye su hipótesis: en cambio, el desconfiado deberá acallar el decir del Otro, o sea, anularlo discursivamente. Como se puede notar, en ambas situaciones, el desconfiado debe configurar su posición como un sujeto de poder (dominante), y desde un enfoque sistémico de las relaciones interpersonales, el Otro debe asumir la posición de dominado.

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[1]La incomunicación no debe ser entendida como ausencia absoluta de comunicación, sino como cancelación del intercambio intencional de información, ideas y emociones que se da a través del acto comunicativo entre dos o más hablantes. Este enfoque ha sido tomado de Carlos Castilla del Pino, La incomunicación, Barcelona, España, Ediciones 62. 1989.

✍ Psicoterapeuta Claudia Garibay

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