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  • Psicoterapeuta Claudia Garibay

Desconfianza, violencia y relación de pareja. Cuarta parte

Young girl with teenage problems

4. La terapia Gestalt como solución al problema de la desconfianza en la relación de pareja

Ya hemos advertido que la desconfianza es, al igual que la confianza, un estado mental, que se configura como un acto de violencia hacia el Otro, pero también, y sobre todo, como un acto de violencia contra sí mismo. El sujeto desconfiado, en ese sentido, es un sujeto que sufre doblemente, primero por suponer que ha sido traicionado y segundo por ser inseguro y por generar, a partir de un inadecuado manejo de su inseguridad, dependencia con respecto al Otro.


Como es bien sabido, la desconfianza hacia la pareja encierra el temor a estar solos, a que el Otro se vaya, a quedarnos con nosotros mismos, a no sentirnos necesitados.  A partir de ello se crea lo que se conoce como una relación de confluencia, en la cual uno de los miembros de la pareja (en este caso el sujeto desconfiado) tiene un sentimiento de inseguridad en sí mismo.  Esta falta de confianza puede ocasionar que la otra persona procure no hablar sobre ciertos temas que sabe que le molestan al Otro, incluso evita hacer cosas que puedan causar conflicto entre la pareja y preferentemente se somete.

Si bien el matrimonio o las uniones tradicionales lograban la estabilidad cumpliendo una función social prescrita, las uniones modernas, por el contrario, no se basan tanto en dicha función, sino más bien en el sentimiento. No es de extrañar, por eso, que sean tan inestables, puesto que los sentimientos románticos, aunque nos resulten muy inspiradores, suelen ser muy cambiantes.  En mi opinión, la mejor manera de cultivar un compromiso en la relación de pareja es el de considerarla como una oportunidad de despertar a nuestra verdadera naturaleza; que la relación refleje y promueva lo que realmente somos, más allá de lo estipulado en nuestras familias o por la sociedad.

La Terapia Gestalt plantea un camino para despertar a este nuevo reto de nuestra existencia al hacernos conscientes de nuestras potencialidades en el aquí y en el ahora.  Es decir, a través de la Gestalt trabajamos con la totalidad de nuestro ser.  Todos hemos desarrollado distintas pautas de personalidad que ensombrecen nuestra conciencia, distorsionan nuestros sentimientos y limitan nuestra capacidad de abrirnos a la vida y de amar a los demás.  Estas pautas aprendidas nos han servido y nos han protegido del dolor, pero terminan convirtiéndose en un lastre que no nos permite ser, dar y estar en el mundo.  Cuando conectamos profundamente con el Otro, nuestro corazón se abre a una gama de nuevas posibilidades, pero también esto trae consigo una mayor conciencia de nuestras limitaciones.  En este punto, la relación de pareja nos obliga a resolver aquellos conflictos emocionales no resueltos más dolorosos del pasado y a afrontar las cosas que menos nos gustan de nosotros: nuestros miedos, nuestras neurosis, nuestros bloqueos.

Pero si bien es cierto que la relación de pareja nos plantea este tipo de retos como un deber ser, también es cierto que en lo concreto hay una tendencia malsana a que dicha relación satisfaga nuestras necesidades de seguridad. Lo indeseable de esta tendencia no es sólo que le fincamos al Otro la responsabilidad de satisfacer lo que sólo nosotros debemos satisfacer, sino que acabamos convirtiendo la aventura de la vida en algo monótono y rutinario porque una relación consagrada a la rutina y a la seguridad deja de satisfacer los anhelos más profundos de nuestro corazón, la ilusión de la seguridad nos mantiene atrapados y nos impide aventurarnos más allá.

Si consideramos la relación de pareja como un proyecto entre dos personas en el que debe propiciarse el crecimiento y la autorrealización de ambos para que cada uno pueda mostrarse tal y como es, y desde ahí conjuntar dos formas de ver la vida: unidos pero sin perder la individualidad, apoyándose y amándose mutuamente, generando igualdad de oportunidades sin intereses de género, configurando la necesidad de crecimiento interior inherente a todo ser humano…

…tenemos entonces que la relación de confluencia al gestar la dependencia y la fusión, tiende a limitar el crecimiento personal interior de los miembros de dicha relación. Y es que caer en la trampa de la confluencia significa perderse uno en el otro ya que un miembro de la pareja o ambos van perdiendo la capacidad de saber lo que quieren al acceder continuamente a los deseos del Otro. Esa, aunque es la única manera conocida de conservar la relación, no sólo es insatisfactoria para la relación misma a largo plazo, sino que es una manera de violentar el ser de cada quien. En casos patológicos, la fusión que se da por medio de la confluencia es tan absoluta que lo único que puede romperla es una gran crisis: debido a que uno de ellos se ha ido traicionando a sí mismo, sólo quedaría la traición al Otro.

La Gestalt nos enseña que la manera de reencontrarse, es precisamente rompiendo la ilusión de esa unión o fusión autoimpuesta. Hay que romper ese espejo.  Aquí empieza el “darse cuenta”:  y empezamos a ver realmente lo que nos sucede, en lo que nos hemos convertido.  Aquí surgen muchísimas emociones diversas: sorpresa ante lo que ahora vemos con claridad; dolor ante la ruptura no sólo con el Otro, sino con el ideal o el sueño depositado en el Otro.

Los sentimientos que predominan en una relación de confluencia son:

  1. Miedo a la soledad. El miedo al abandono, provoca el sometimiento de uno de los miembros de la pareja.

  2. Impide el crecimiento de ambos miembros de la pareja y uno de ellos o ambos “evita” el ángulo agudo.

  3. Tienen que ver más que con la propia inseguridad, con la necesidad de controlar las acciones del Otro.

Hay que señalar también que la relación de confluencia se da por lo general debido a la baja autoestima de uno o ambos miembros. Al borrarse las fronteras entre ambos, no se establecen límites funcionales y la necesidad de afecto promueve el acto de dependencia emocional de uno con respecto al otro. En ese sentido podemos decir que en la relación de confluencia no hay contacto con uno mismo, ni con las propias necesidades, sino más bien una agresión contra uno mismo, una violencia que muchas veces es autoinflingida, aunque no necesariamente consciente.

La Terapia Gestalt propicia el trabajo en la autoestima y en el autoapoyo de la persona, pues a partir del desarrollo de estos aspectos se promueve la confianza en sí mismo para tomar las decisiones y acciones adecuadas a las necesidades propias y no a las necesidades de los demás.  Se habilita a que el paciente confíe en que los recursos necesarios para salir adelante están en él mismo y no en el exterior. Una persona que se ame a sí misma y se responsabilice de su propia felicidad, se encontrará en posibilidades de amar a los demás y de establecer relaciones más sanas, duraderas y productivas con el Otro, basadas en el respeto y en la confianza mutua.

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Trabajar en la autoestima y en el autoapoyo nos ayuda a recuperar cualidades universalmente valoradas, tales como: la generosidad, la ternura, el humor, la fuerza, el valor, la paciencia.  Esto nos capacita para afrontar lo que la vida nos depare y todas las diferentes facetas de la realidad. De esta manera, se estará en mejor disposición de abordar y abrazar la existencia con sus alegrías, tristezas, gozos y aflicciones. Cuando esto sucede, poco a poco dejamos de mantenernos en guardia ante alguien a quien amamos y permitimos que caiga la coraza porque ya no necesitamos defendernos.  Es en esa circunstancia cuando entramos en contacto con nuestra verdadera naturaleza, con lo que realmente somos, y esta conexión más profunda con nosotros mismos, nos permite acceder a los recursos internos que necesitamos en el día a día para gestionar la vida y las relaciones interpersonales.

En resumen, que el sujeto desconfiado precisa ante todo de confiar en sí mismo; de verse a sí mismo como un sujeto confiable ante sí mismo, o lo que es igual, como un sujeto autónomo y responsable con aciertos, virtudes, valores, pero también con frustraciones y miedos. La idea no es escapar del Otro, mucho menos depositar la satisfacción de sus propias necesidades de seguridad y confianza en él. El objetivo de la terapia es enseñar a  aprender a amarnos con virtudes y defectos, a saber quiénes somos realmente y a hacernos responsable de ello. Bajo estas condiciones, es que afirmo que el sujeto desconfiado, al cuestionar al Otro, en realidad –aunque quizá sin darse cuenta- se cuestiona a sí mismo. Esto es un acto que violenta no sólo la comunicación interpersonal e íntima de la pareja, sino también al sujeto desconfiado mismo en tanto persona porque violenta su confianza y su seguridad en sí mismo.

Por todo lo anterior concluimos que el trabajo de la terapia Gestalt debe enfocarse a la recuperación de la persona desconfiada como persona confiable para sí mismo. Uno de los aspectos que se deberá trabajar para recuperar la confianza es el de lidiar con la incertidumbre: en la vida uno no está absolutamente seguro de nada. Nada puede garantizarnos que no perderemos lo que amamos.

Lo anterior, como se puede ver, no es otra cosa que enseñar al paciente a superar el miedo al abandono que es el origen de la desconfianza y los celos. En ese sentido, hay que enfatizar la idea de que las personas no son un objeto que se posee, y que se posee por siempre, que las personas tienen libre albedrío, que cambian sus sentimientos, sus pensamientos, sus expectativas, y por consiguiente que pueden abandonarnos. Reconocer la posibilidad del abandono, e incluso experimentarla con acompañamiento compasivo puede ser una buena experiencia para el paciente.

Otro elemento a considerar en la terapia es el preferir la verdad a la mentira, lo que permite enfrentarse al mundo y al Otro en una condición más honesta y sana con uno mismo. Si la desconfianza es el resultado que experimenta el sujeto desconfiado debido a un sentimiento de inseguridad en sí mismo y a la frustración que le provoca la creencia en su incapacidad para lograr que el Otro se quede a su lado, el sujeto desconfiado se revela entonces como un sujeto con pobre desarrollo interior, mismo que puede llevarlo a sentirse incómodo consigo mismo (además de con la pareja) y a afectar o mermar su amor propio. Sólo el enfrentamiento con la verdad (aunque le duela) puede fortalecerlo.

Como se deja ver de todo lo dicho, la terapia Gestalt no supone un trabajo fácil ni expedito, pero al menos en mi opinión, es el camino más aconsejable para, mediante la aceptación y la generación de la confianza en sí mismo, aprender a manejar los sentimientos adecuadamente, asimilarlos y expresarlos dejando de lado prejuicios y limitaciones. Esto resulta a todas luces un buen ejemplo de autoestima sana, autorrespeto y confianza en sí mismo. Al dejar de buscar que el Otro decida por nosotros logramos confiar en que los recursos necesarios para salir adelante y lograr nuestras metas están dentro de nosotros mismos y no en el exterior. No se trata de expulsar al Otro de nosotros mismos, sino más bien de ser capaces de ver que podemos desarrollarnos con o sin él, pero siempre confiando plenamente en nuestras capacidades. Como afirma Nathaniel Branden (1999, p. 65) “Si nos sentimos competentes y valiosos a nuestros propios ojos, si nos sentimos dignos de ser amados, tenemos los recursos interiores (la ‘riqueza emocional’) que hace posible que amemos a otra persona. No nos quedamos atrapados en sentimientos de deficiencia. Tenemos algo que ofrecer. Y además, somos capaces de apreciar la bondad de los demás, de verlos como un fin en sí mismos, no como simples instrumentos para satisfacer nuestras necesidades. De este modo, somos capaces de interactuar con ellos de la forma apropiada, sin ánimo de aprovecharnos y sin necesidades tóxicas”.

De lo anterior se deriva que la desconfianza es un sentimiento de deficiencia hacia el sí mismo, una manera de colocar en el Otro lo que nos falta, una manera perversa –diría- de que el Otro nos resuelva nuestros problemas. Si confiar en el Otro es siempre, como hemos dicho, un acto volitivo, es necesario tomar conscientemente las riendas de nuestra voluntad, hacernos cargo de las consecuencias que ello conlleva para no cargarle al Otro, particularmente cuando es tu pareja, la responsabilidad de sostenerse incólume como el sujeto confiable que el propio sujeto desconfiado cree que no es. Lo contrario no sólo es egoísta, sino, como ya vimos a lo largo de este ensayo, esencialmente violento.


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✍ Psicoterapeuta Claudia Garibay

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