Hoy en día, muchos jóvenes y adolescentes se drogan, y lo hacen porque encuentran en las drogas un estímulo para la diversión; creen que las drogas permiten crear puentes o espacios para socializar con otros de una manera relajada, sin presiones ni tensiones, y están en lo cierto, al menos parciamente.
Las drogas, sobre todo las psicotrópicas, alivian la angustia y la ansiedad que trae el día a día, hacen que dejemos de sentirnos frustrados e irritables, permiten que se relajen nuestros mecanismos de autocontrol y nos propicia una interacción con los demás de una forma más espontánea. La razón de lo anterior está básicamente en la alteración directa que ejercen las drogas sobre el sistema nervioso central, sobre todo en el ámbito de las cogniciones, las creencias y los comportamientos. Por eso cuando se consumen drogas uno puede comportarse de forma muy afectiva, pero también de forma muy violenta; de hecho, muchos estudios reportan el incremento en los niveles de agresividad del consumidor de drogas, lo que en no pocas ocasiones va acompañado de conductas delictivas y también antisociales.
Ni qué decir de los accidentes, las discusiones, la falta de concentración y memoria que son provocadas en buena medida por alteraciones en los procesos de atención y ejecución, así como la dificultad para la integración visomotora que es lo que provoca ese caminar tambaleante y la lengua enredada tan típica de una condición de ingesta excesiva de sustancias nocivas para el organismo humano. Sin ánimos moralistas, lo anterior es preocupante por varias razones. Investigaciones recientes han demostrado que hay un patrón de consumo excesivo de drogas legales e ilegales en los adolescentes y jóvenes mexicanos, sobre todo aquellos que viven en las ciudades, y esto aplica para el tabaco tanto como para el alcohol y la mariguana. Sin embargo, lo que resulta más grave es que cada vez se acorta la edad de inicio de consumo. Un estudio realizado a nivel nacional reveló que los jóvenes mexicanos comienzan a ingerir tabaco y alcohol alrededor de los 13 años, lo que a su vez constituye un problema serio porque existe una relación muy fuerte entre la ingesta temprana de drogas y el consumo excesivo posterior. O sea, el inicio del consumo de drogas a edades tempranas constituye un factor de riesgo para el desarrollo de un consumo excesivo. Así, aquello que comienza por diversión, porque todo el mundo lo hace o por presión social, puede terminar siendo un verdadero viacrucis pues la ingesta excesiva de drogas puede generar dependencia, desarrollando tanto síndromes de tolerancia como de abstinencia. No está de más decir que la dependencia de cualquier droga, así se trate de medicamentos, dista bastante de ser divertida. La dependencia es ante todo una pérdida de control de uno mismo, de la voluntad.
Muchos jóvenes comienzan a consumir drogas por curiosidad, para saber qué se siente, por ser popular, o bien porque la presión del grupo al que pertenece (muchas veces amigos) los incitan. En adolescentes y jóvenes la presión del grupo de amigos es muy importante porque se trata del círculo íntimo, cercano, los pares; juntos, los amigos se enfrentan a los desafíos sociales y psicológicos que implica la iniciación a la adultez. Por eso, no es nada menor que la presión del grupo sea un factor importante en el consumo de drogas. Muchos jóvenes, sencillamente, no pueden evadirla. Además, ciertamente, hay una percepción creciente, y no sólo en los jóvenes, de que las drogas que se consumen con fines recreativos no crean dependencia, pues uno parece controlar su consumo al reducirlo a situaciones donde tienen lugar eventos sociales. Sin embargo, existen factores psicosociales de difícil manejo que muchas veces se salen de nuestro control, y es ahí donde podemos pasar sin darnos cuenta del consumo experimental al ocasional y recreativo, de éste al habitual, del consumo habitual al excesivo y del excesivo a la dependencia.
Claro, no todos los consumidores de drogas corren con la misma suerte, e incluso se sabe que este caminito lineal de consumo no es siempre así. Pero también hay suficiente evidencia de que esto sucede y con más frecuencia de la que uno quisiera aceptar. En el caso del consumo adolescente y juvenil, donde el cerebro aún no está plenamente formado, el riesgo de dependencia es mayor ya que diversos estudios han observado la modificación de las características físicas y químicas del cerebro de un consumidor de drogas, y también cambios en su estructura y funcionamiento.
El fácil acceso a las drogas por parte de los jóvenes, tanto a las legales como a las ilegales, la permisividad socio-familiar que provoca una percepción incorrecta sobre las consecuencias negativas de su consumo, la publicidad (en el caso de las drogas legales, como el tabaco y el alcohol) que naturaliza el consumo asociándolo incluso a escenarios de poder, diversión y prestigio social, constituyen algunos de los factores que facilitan la ingesta temprana de drogas. No por gusto se ha contabilizado un aumento notable de los consumos adolescentes y juveniles en casi todo el mundo.
Esto, evidentemente, juega en contra de un consumo controlado e informado. Estudios recientes han demostrado que una percepción negativa sobre las drogas logra impactar en su disminución, de manera que ello permite evitar abusos y dependencias. Pero es muy importante tener en cuenta que esta percepción negativa no se logra hablando mal de las drogas y de lo nocivas que son si se abusa de ellas. Para un joven o un adolescente, ávido de retos y sensaciones nuevas, de independencia y experiencias que coquetean con el mundo adulto, instalar una percepción negativa sobre las drogas pasa por hacerles comprender que en ellos reside el control de sus vidas. Diversas investigaciones en el ámbito del consumo de drogas revelan que la pasividad parental, situaciones sociales de desempleo, pobreza, tensión, criminalidad y violencia, deserción y desmotivación escolar, frustración, baja autoestima y depresión constituyen factores de riesgo de un consumo abusivo y dependiente. Estos factores, en cambio, reducen su poder de acción si existe una buena dinámica en la familia. Los expertos insisten en que el consumo abusivo y dependiente de drogas constituye un fenómeno de grupo que se halla estrechamente relacionado con la disfunción familiar. Los modelos de crianza muy permisivos y faltos de control, o los modelos familiares basados en la verticalidad autoritaria devienen ámbitos de tensión donde adolescentes y jóvenes suelen sentirse poco aceptados y reconocidos tal y como son; incluso aquellos modelos donde el maltrato y el no apoyo familiar constituyen la norma suelen estar relacionados con la disposición y voluntad del consumo de drogas.
Como se trata de un fenómeno muy complejo y multifactorial, también hay factores de riesgo en la incomunicación familiar, en el rechazo de espacios grupales vitales para el individuo, en el aislamiento social y la dificultad para socializar, así como para sostener las opiniones y decisiones propias frente a los demás, sobre todo frente a aquellos que nos importan, que son por lo general los pares. Frente a todo este amplísimo abanico de posibilidades y factores de riesgo, lo que podemos hacer es fortalecer emocionalmente a los jóvenes y adolescentes en el ámbito familiar y educativo, acompañándolos en el proceso formativo de su sí mismo desde una perspectiva responsable, evidenciando su responsabilidad en el camino que elige recorrer en su tránsito al mundo adulto.
No hay que satanizar a las drogas, y tampoco a su consumo; pero un consumo informado evita abusos y dependencias, evita daños al organismo y hace del individuo uno consciente de su papel en su propio desarrollo.
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✍ Psicoterapeuta Claudia Garibay
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