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  • Psicoterapeuta Claudia Garibay

Escolaridad y trabajo infantil: cruces funestos

Un niño trabajando

Trabajar y estudiar al mismo tiempo es una actividad incluso desafiante para el mundo adulto, por lo que pensar que una niña o un niño realicen ambas sin generar daños a su salud física y/o emocional, es imposible. En México, la edad legal para trabajar es de 15 años, pero hasta los 18 años los y las jóvenes tienen la obligación de acudir a la escuela con horario limitado.


Sin embargo, una cosa es la ley y otra la realidad; y esta indica que en México los niños y las niñas empiezan a trabajar desde los 5 años, siendo que el sector más común la industria agropecuaria y, por supuesto, el trabajo doméstico., sobre todo para las niñas.

Si bien hay alguna controversia en términos de cuánto trabajo doméstico y de qué tipo es considerado trabajo infantil, los estadísticos demuestran que más de 100,000 niñas mexicanas no estudian por realizar trabajo doméstico.

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De las niñas y niños que estudian y trabajan, se sabe que la deserción escolar es alta, ya que corresponde al 50% de los inscritos para educación básica primaria, mientras que los que sí logran mantenerse en la escuela suelen repetir algunos grados, generalmente durante la primaria, concluyendo la misma en 10 años en promedio (Torres, 2001; Sandoval, 2007).

Por otro lado, el rezago escolar que son los años que un individuo acumula sin terminar la secundaria después de los 15 años, es progresivo conforme aumenta la edad. Por ejemplo, se calcula que para los 17 años de edad, en México el rezago es de más del 80%, lo que hace casi imposible que adolescentes que trabajan con la edad permitida para hacerlo, concluyan la educación secundaria.

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Si bien las causas principales del trabajo infantil es la pobreza y la necesidad de ingresos para sustentar los estudios y el hogar, una investigación del Gobierno Federal que pretende conocer las razones por las cuales las niñas y niños de México trabajan, encontró que el trabajo infantil es dependiente del sexo, la edad y la localidad en la que residen los infantes.

Primordialmente, con respecto al sexo, se sabe que las niñas suelen realizar trabajos domésticos en mayor medida que los niños, mientras que los niños se dedican a trabajos de mayor “fuerza”, como la minería y la construcción y para “aprender un oficio”, reforzando no sólo la privación de la libertad de los menores, sino los estereotipos de género muy presentes en la sociedad mexicana.

Por otro lado, conforme a la edad, los niños más pequeños trabajan para pagar sus estudios, mientras que los más grandes lo hacen porque no quieren estudiar. Lo anterior representa una grave deficiencia en el sistema educativo mexicano, así como en el mercado de trabajo en México, ya muy deteriorado, ya que la educación deja de ser algo interesante para cada vez más jóvenes, ya que pueden conseguir trabajos –aunque casi siempre mal pagados – sin tener apenas estudios.

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Con respecto a las razones por las cuales los niños y niñas no quieren ir a la escuela y trabajan, la razón más predominante fue, nuevamente, la falta de interés, seguida de falta de recursos económicos. De esa manera, si se tiene en cuenta que la educación es la herramienta más fuerte para combatir el trabajo infantil, se está coartando una de las vías fundamentales para combatir este flagelo social. La educación es indispensable para romper el círculo vicioso de la pobreza como causa del trabajo infantil y éste como causa de pobreza. La solución no es sencilla, sin embargo, concientizar acerca de la importancia de una niñez libre de trabajo y de una educación de calidad es el comienzo.

Los índices de pobreza y desigualdad social en México hacen absurdo el hecho de proveer a los niños mexicanos una educación de calidad; en su lugar, son reclutados insensiblemente como mano de obra barata. No hay que perder de vista que las repercusiones físicas y mentales de una niñez privada de libertades son graves y atentan contra el desarrollo integral de los niños y la capacidad de atender a las oportunidades futuras que les permitan un estilo de vida saludable.

✍ Psicoterapeuta Claudia Garibay


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