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  • Psicoterapeuta Claudia Garibay

Aprender a agradecer

Smiling grateful red-haired girl in glasses with hands at chest

Muchos de nosotros, en algún momento de nuestras vidas, hemos pensado seriamente sobre la importancia de la gratitud. Ya sea que nos agradezcan o que nosotros agradezcamos, agradecer es siempre algo bienvenido pues nos acerca a los demás, y también a nosotros mismos.


Desde el juicio frío y objetivo, la gratitud es la capacidad de agradecer, es decir, la capacidad que tenemos todos los seres humanos, e incluso algunos no humanos, de reconocer los dones recibidos por un bienhechor. Y aunque agradecemos por placer, por generosidad o bien por formalidad, el agradecimiento o gratitud siempre nos deja con un buen sabor de boca. Veamos por qué.

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Si tuviéramos sólo dos pares de actitudes, la gratitud estaría formando una relación opuesta con la envidia ya que mientras la envidia es un sentimiento de acaparamiento para sí, la gratitud, en cambio, es prácticamente un acto de amor, un dar. Por eso, se puede afirmar que la gratitud es un sentimiento de generosidad hacia el otro, para con el otro.

Este sentimiento se gesta desde la infancia, y específicamente, en el periodo de lactancia donde la madre (bienhechor) le da al niño un bien que él no posee: alimentos, por ejemplo; y junto con el alimento, el cariño. Así, madre e hijo establecen una fuerte relación basada en un intercambio básico de bienes: el niño recibe de la madre alimento y afecto, y la madre recibe del niño satisfacción.

Por supuesto, no espera la madre agradecimiento alguno por ofrecer estos bienes, pero lo cierto es que al recibir afecto y comida, el bebé –al quedar satisfecho- aprender a agradecer. El amamantamiento y el afecto constituyen dones que satisfacen las necesidades del infante, y esta satisfacción sienta las bases para que sea un individuo feliz.

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La felicidad del sujeto, que proviene fundamentalmente en estas edades tempranas del afecto y la atención de la madre, hace que éste se sienta querido y eso facilita su propia aceptación como individuo. Es este reconocimiento de sí mismo, lo que hace que el individuo se acepte plenamente y se sienta satisfecho consigo mismo, de manera que la satisfacción de ser quien es, le permite ver con buenos ojos lo que viene del otro. En ese sentido es que se puede afirmar que la gratitud es una capacidad natural. Para agradecer también es necesario amar. No hay agradecimiento si no se ama, principalmente a uno mismo.

A nivel social, este amor a uno mismo y por consecuencia al otro, promueve –vía la gratitud- acciones y estados de bienestar propio y colectivo. Ello, genera a su vez optimismo, alegría y entusiasmo, todas ellas capacidades positivas que contribuyen con la estabilidad y la cohesión social. Además, la gratitud es una excelente barrera contra los sentimientos y las emociones negativas, actuando como motivador y reforzador de conductas virtuosas porque la gratitud siempre debe ser desinteresada.

Hay algunas personas que de manera natural están siempre dispuestas a ayudar. Verlos, estar cerca de ellos nos motiva a ayudar, más si hemos sentido y apreciado de cerca la ayuda en nosotros mismos. Es esto lo que hace posible que ayudemos también desarrollando una asociación entre, por una parte, ayuda, colaboración y solidaridad, y la generación de una emoción positiva para beneficiar a los demás, por la otra. Incluso, esto tiene impacto en el bienestar físico y psicológico tanto de los que ayudan como de quienes son ayudados.

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La gratitud, así vista, tiene una fuerte relación con la satisfacción de la vida. De hecho, muchos estudios revelan que las personas agradecidas no sólo solucionan mejor sus problemas cotidianos, sino que también los hace ser más productivos, tener más resistencia al estrés y mejor salud física. Y por si fuera poco, las personas agradecidas se sienten más valoradas positivamente por la sociedad.

Desde esta perspectiva, la gratitud puede ser entendida como una fortaleza pues las personas agradecidas son personas felices y esto contribuye con la manera en que enfrentan positivamente los infaltables retos de la vida. Aquellos que agradecen saben que el agradecimiento es una manera de tender la mano al otro, de reconocerlo en su bondad y generosidad. En consecuencia, la gratitud es una virtud social que privilegia la sana y armónica relación con el otro.

Si no hemos tenido la suerte de aprender y ejercitar la gratitud, podemos decir que hemos perdido un trozo de nuestra humanidad. Una persona que no agradece, al no sentir la necesidad de hacerlo, minimiza el acto de ayuda recibido y será necesario reconocernos, querernos y aceptarnos primero para reconocer la dignidad moral de quien nos ha ayudado.  La gratitud estima en aquel que nos ayuda la capacidad desinteresada de habernos hecho un bien. Nadie tiene que ayudarnos porque sí. Quien nos ayuda o nos hace un favor debe ser merecedor de nuestra más sincera gratitud; de lo contrario, injustamente, lo ignoramos.

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✍ Psicoterapeuta Claudia Garibay

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