top of page
  • Psicoterapeuta Claudia Garibay

Autoviolencia y masculinidad hegemónica. Rumbo a una solución sostenible. SEXTA PARTE

Ser valiente, fuerte, racional, proveedor, viril, autosuficiente, etc. es una gran carga que llevar. Es esto lo que está debajo, encima y por lo lados de las autoviolencias que el machismo impone a los hombres. Son estas también las actitudes y compromisos naturalizados en torno a los que los hombres se aglutinan para sentirse verdaderamente hombres. Lamentable, pero es así. Y no sólo los hombres se lo exigen así mismos, sino que las mujeres también lo hacemos.

Pero los hombres no nacen siendo machos, se construyen o los construimos como tales a través del conjunto de atributos, valores, comportamientos y conductas que son característicos del hombre en una sociedad heteropatriarcal. Este conjunto de características lleva por nombre masculinidades y se enfoca en la manera en que “lo masculino” constituye una construcción social, es decir, una manera de entender y ejecutar lo que es ser hombre en un momento determinado.

Pero la realidad es que el hombre universal no existe porque cada persona existe, crece y aprende a ser hombre de manera muy distinta. Una forma de asumir la masculinidad, la más extendida en el tiempo y en el espacio, es lo que se conoce como masculinidad hegemónica.

A mi parecer, este tipo de masculinidad constituye la más violenta para los hombres mismos pues en ella el ideal masculino es el “patriarca”, el padre superior, el que dice que hay qué hacer y por dónde ir, y por tanto el que carga con la responsabilidad de la conducción. El patriarca es así el jefe varón de una familia o una comunidad, capaces de mantener –económicamente hablando- a una familia.

Desde la posición del patriarca se inscribe al hombre heteronormado en el sistema heteropatriarcal, mismo que si bien le ofrece un lugar privilegiado con respecto a las mujeres y a otros hombres con diferente orientación y preferencia sexual, también lo obliga a cumplir con los estándares del sistema.

Al interior de la estructura social moderna, la división sexual del trabajo y las normas de género, la masculinidad hegemónica normaliza la creación de una cultura hostil entre los hombres, obligados por la competencia para ver quién lo es más. Pero esto, lejos de lo que se piensa, los destruye porque los vuelve inseguros, causándoles severos problemas psicológicos que muchas veces terminan en enfermedades mentales. Por eso, la masculinidad hegemónica, además, normaliza la violencia entre los hombres y de los hombres hacia las mujeres y hacia otros hombres no heteronormados, obligándolos a lidiar con todo por su propia cuenta y sin pedir ayuda, lo que constituye una forma de autoviolencia.

En contraparte, lo que se conoce como masculinidad alterna, implica todo lo contrario a la hegemónica y apuesta por nuevas formas de ser hombre. Su finalidad es deconstruir todo lo que la masculinidad hegemónica practica y cree, llegando a la conclusión de que los hombres se pueden relacionar de formas muy diversas entre ellos, y con el resto de los humanos. Estas formas reconocen relaciones sin violencia, sin que necesariamente implique atracción sexual, sin subordinación ni opresión, respeto al derecho a definir la preferencia sexual y asumir que los hombres tienen derecho a experimentar los mismos sentimientos que las mujeres y de igual forma evaluar positivamente la amistad entre hombres, y entre hombres y mujeres. Este tipo de masculinidad les permite a los hombres crecer de una forma más sana, sin estigmas ni estereotipos, sin necesidades de cumplir con normas sociales violentas y opresoras, en una palabra, sin violencias impuestas o autoimpuestas (autoviolencias) y con la capacidad de experimentar su propio crecimiento y autoconocimiento de forma enteramente libre.

Por ello, ser hombre hoy en día, debe ser un ejercicio cotidiano de deconstrucción y aprendizaje a través del cual los hombres puedan mirarse a sí mismos y mirar desde ahí al otro en su propia otredad y diferencia.  Ser fuertes, no llorar, no mostrar sentimientos, entre otros atributos socialmente impuestos a lo masculino no tiene lugar ni sentido cuando de lo que se trata es de estar bien con uno mismo. Estos atributos solo representan ideologías arcaicas y sumamente violentas a las que habría que acelerar su proceso de cuestionamiento y derribo.

✍ Psicoterapeuta Claudia Garibay

Compártelo:

9 visualizaciones
bottom of page