Hace algunos años atrás, muchos de nosotros nos reímos incrédulos cuando pedir un café se convirtió en una retahíla de decisiones interminables: café solo, con leche, con leche light, con leche light y deslactosada, con crema batida, oscuro, suave, con y sin cafeína, con dulce de leche, amargo, grande, mediano, pagando con puntos, en efectivo, con crédito y un sinfín de variantes que sería imprudente reproducir aquí.
Como el consumo, la cuestión del tiempo también marcó un hito en nuestras vidas en aquellos momentos pues empezamos a pensar como si el presente fuera lo único que existiera. Ello explica la saturación de selfies, la necesidad del deseo satisfecho “para ya”, la libertad de expresión en las redes sociales digitales, y finalmente los procesos de individualización que experimentamos día con día.
Estos procesos de individualización han traído consigo consecuencias buenas y malas. Las buenas se organizan alrededor de las relaciones sociales más horizontales, la reivindicación del individuo, sus deseos y necesidades propias, la necesidad de reconocer al otro en su diferencia y algunas otras cosas más. Las consecuencias malas, en cambio, se hallan vinculadas a una pérdida de la cohesión social, la avalancha del individualismo, la pérdida de la solidaridad como actitud ante los demás, entre otras.
En esta entrega voy a partir de las consecuencias malas para posicionar una reflexión sobre la generosidad y el altruismo en el mundo contemporáneo ya que las sociedades poco generosas y poco altruistas están condenadas a la violencia, tal y como lamentablemente hoy en día podemos constatar.
Entendiendo que la generosidad es una forma de relación con el otro que indica interés y preocupación por los demás, la generosidad sienta las bases de la confianza, la solidaridad y el amor. Ser generosos implica tener fe en las personas, abrir el corazón para mostrar lo mejor de nosotros mismos. La generosidad es una vacuna contra la indiferencia y el individualismo. De la misma manera ocurre con el altruismo, que es esa capacidad que tenemos los humanos de interesarnos por los demás de una manera abierta, cariñosa, incluso a costa de nuestros propios intereses.
Así, generosidad y altruismo forman un par virtuoso que permite cambiar el rumbo de nuestras sociedades. Practicar estas virtudes morales nos hace más felices, más seguros de nosotros mismos, más desinteresados, desprendidos, abiertos y agradecidos. En suma: generosidad y altruismo contribuyen a mejorar nuestra naturaleza humana, social por derecho propio, y en ese sentido en relación ineludible con el otro.
En las sociedades contemporáneas, la generosidad y el altruismo son valores escasos debido al individualismo rampante que pervive; por eso es necesario traerlos de nuevo a la conversación pública en tanto son valores que fortalecen nuestro sentido de comunidad. Es por ello que viajan en la dirección opuesta al egoísmo, al ego desmedido, de manera que contribuye positivamente al compromiso con el otro en términos de preocupación e interés por su bienestar.
Tanto la generosidad como el altruismo se aprenden, se practican; y específicamente este aprendizaje tiene lugar por la vía del ejemplo. Normalmente es un aprendizaje que lleva años y se adquiere con la madurez, pero es posible ir sentando las bases desde que somos infantes para comprender la importancia social de estos valores para la construcción de una sociedad justa, equitativa, libre y sobre todo amorosa, unida.
Aunque las sociedades nunca son perfectamente armónicas, aunque siempre surjan –como surgen- nuevos retos que resolver, nuevos problemas que enfrentar, siempre en la generosidad y el altruismo la especie humana tiene un cajón de herramientas útiles para entender que el otro debe importarnos porque es parte de nosotros, que quizá quitándonos un poquito todos, podemos darle a muchos, que podemos procurar nuestro bienestar procurando el bienestar de nuestros semejantes, que siempre podemos ayudar, que siempre podemos interesarnos por los demás y enseñarle así que no está solo, que siempre hay una mano extendida y que por encima de los interese propios siempre puede haber un espacio para los intereses y las necesidades de los demás.
Y aunque pudiera parecer que la generosidad y el altruismo son virtudes aplicables entre humanos, lo cierto es que también debemos extenderlas a la naturaleza que clama a gritos por un poco de empatía. Dando y ayudando a otros, preocupándonos por ellos, y por el único mundo que podemos habitar hasta ahora, nos encargamos de construir un mundo mejor. En nuestras manos está. No desaprovechemos la oportunidad de crecer humanamente.
✍ Psicoterapeuta Claudia Garibay
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