El crecimiento y desarrollo de los niños trae consigo un conjunto de cambios que se dan a diferentes niveles. Éstos pueden ser morfológicos, conductuales o fisiológicos. Sin embargo, es importante recalcar que estos cambios son, por lo general, completamente naturales.
El crecimiento es una etapa muy dinámica y determinante en la vida de un niño: la cognición está en su punto más alto, el cuerpo hace y deshace una enorme cantidad de moléculas que les ayudan a defenderse del mundo exterior, a prepararse para la madurez sexual y también contribuyen a la necesaria adaptación al medio a través de los diferentes estímulos que éste provee. En ese sentido, finalmente, todo lo anterior tiene repercusiones en el estado de ánimo de los niños y adolescentes.
Algunos de los cambios conductuales más comunes son los de humor, los cuales pueden manifestarse como: irritabilidad, enojo, susceptibilidad a ciertos comentarios o al rechazo, llantos espontáneos, entre otros. Sin embargo, estos cambios de humor pueden considerarse normales mientras no se vuelvan crónicos o prolongados.
Si estos se prolongan por más de dos semanas, estos cambios pueden afectar la forma en la que el niño o la niña inicialmente interactuaba con el entorno –familia, amigos, profesores y conocidos, mascotas y demás-, lo que puede convertir a estas conductas (en principio normales) en patológicas, al desarrollar el niño algún trastorno de la personalidad, como lo son los trastornos depresivos.
Estos cambios de humor patológicos pueden tener varias causas. Pueden ser de origen ambiental, como la contaminación, la estación del año, las deficiencias nutricionales y vitamínicas, la falta de estímulos y demás factores concomitantes. Pero pueden también ser de origen social, como la opresión o las prohibiciones sin sentido, antecedentes familiares depresivos, la violencia doméstica y/o escolar, la falta de estímulos afectivos y retos, la marginalidad, entre otras.
Sin embargo, hay que prestar atención a los cambios porque éstos también pueden tener un origen genético y comúnmente hereditario, que usualmente responde a una descompensación química de los niveles promedio de ciertas moléculas en el cerebro conocidas como neurotransmisores o bien factores neurotróficos que son los que están vinculados al crecimiento de las neuronas. Finalmente, los cambios de humor también pueden deberse a la personalidad que es una característica completamente individual de cada niño y que también puede estar implicada en los trastornos depresivos. En cualquier caso, es necesario buscar ayuda profesional.
Buena parte de lo que sucede en casos de trastorno depresivo infantil es que los niños que la padecen sufren estigmatización por parte incluso de sus propias familias. Esto es incorrecto. La depresión es una enfermedad seria y nadie debe culpar, humillar y/o victimizar a un niño o a una niña por este padecimiento, ya que esto sólo agravaría la situación.
Los típicos síntomas de la depresión son los sentimientos de tristeza, desesperanza, culpa, irritabilidad y enojo, retiro social, cambios en el apetito, cambios en los ciclos de sueño, dificultades cognitivas, pérdida de interés en actividades que antes causaban placer y finalmente, pensamientos recurrentes sobre la muerte o el suicidio, deben ser atendidos por un especialista para que de acuerdo con sus experticia logre determinar si se trata de una depresión clínica o sólo es un mal psíquico-emocional pasajero.
Debido a la gran cantidad de factores que pueden propiciar la aparición de un trastorno depresivo en niños, es importante determinar correctamente la causa ya que algunos síntomas de la depresión pueden estar enmascarando otros trastornos; y debido a que los tratamientos difieren bastante en dependencia del origen e intensidad de la depresión, es necesario un diagnóstico adecuado y profesional.
Generalmente los tratamientos para combatir la depresión consisten en terapias psicológicas, pocas veces en fármacos antidepresivos y en algunos casos específicos será necesario la combinación de ambos. La severidad de los síntomas regularmente determina qué terapia será la más apropiada, ya que no existen marcadores bioquímicos que permitan determinar cuantitativamente en ningún caso el nivel de la depresión.
Por otra parte, el uso de fármacos en menores continúa siendo un tema bastante polémico debido a los efectos secundarios que éstos pueden provocar en un niño, la respuesta retardada de su actividad antidepresiva y la posible interacción peligrosa con algún otro fármaco. Por lo mismo, es fundamental consultar a un especialista antes de tomar una decisión.
En México, la depresión infantil afecta a aproximadamente 2 millones de niños en el país, y según los datos presentados por la Secretaría de Salud en el Anuario de Morbilidad 1984-2017, la incidencia de depresión en niños tiende a aumentar con la edad. Por ejemplo, en los niños menores de 1 año la incidencia de depresión es bastante baja (0.54), pero para niños entre 5 y 9 años aumenta a 8.54 y de 10-14 años es de 35.61 por cada 100 mil habitantes.
Lamentablemente, existen pocos estudios formales sobre la prevalencia e incidencia de la depresión infantil, sin embargo los pocos existentes demuestran la presencia de trastornos depresivos en menores de edad. Tal es el caso de un estudio realizado en el 2005 por especialistas de la Facultad de Psicología de la UNAM, donde se observó que 1 de cada 4 niños muestreados en escuelas tanto públicas como privadas del sur de la Ciudad de México, presentaba síntomas depresivos. Esto se corresponde con el 20% del total de niños muestreados (Alcalá-Herrera et al., 2005). Pero como ya hemos venido advirtiendo, presentar síntomas depresivos no siempre corresponde a un trastorno depresivo.
Para finalizar es necesario insistir que la depresión infantil no es meramente una hipótesis. Varios son los estudios que demuestran que casos de trastornos de la personalidad, entre ellos la depresión en adultos tienen un origen común en la niñez, específicamente en ambientes negativos que pueden generar conductas patológicas. No obstante ello, se debe tener en cuenta que la mayoría de los tipos de depresión infantil son completamente prevenibles: un ambiente sano, tanto natural como social, sin violencia familiar y/o escolar, lleno de estímulos sensitivos y afectivos, y donde las necesidades de cada niño sean escuchadas y tomadas en cuenta, es un gran paso para la prevención de este trastorno.
✍ Psicoterapeuta Claudia Garibay
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