Nuestras sociedades modernas nos han acostumbrado a un nivel de exigencia que a veces roza con el disfrute de la vida. El tiempo de ocio actualmente es visto como una pérdida de tiempo más que una necesidad, y la competencia como un estilo de vida. Si bien no todos los sectores de la población sufren de la misma forma la -muy bien enmascarada- explotación a la que estamos constantemente expuestos, podemos afirmar con seguridad que desde el término de la adolescencia hasta la jubilación existe un periodo donde el descanso no es la opción.
A propósito de ello, en este artículo queremos centrarnos específicamente en jóvenes universitarios, debido a que éstos conforman un sector poblacional que pocas veces ve la opción de un descanso, siendo así especialmente vulnerable a sufrir de enfermedades mentales como la depresión que tiende a ser una enfermedad de muy alta prevalencia e incidencia y es clasificada como la enfermedad más común entre universitarios (Buchanan, 2012 citado en: National Mental Health Institute, 2015).
Como hemos mencionado con anterioridad, la depresión es una enfermedad multifactorial, que va desde orígenes genéticos hasta ambientales, como lo pueden ser ciertas tendencias familiares, sociales o laborales opresivas, traumas, estrés, entre otras. Durante la universidad, existen ciertos patrones que suelen cambiar drásticamente, entre ellos las horas de sueño, así como la alimentación, aunado a que a veces el tiempo de desplazamiento es mucho, o incluso es necesario abandonar el núcleo familiar, lo cual puede generar transiciones emocionales muy fuertes.
Teniendo en cuenta lo anterior, existen muchos factores capaces de desencadenar depresión; sin embargo, es muy importante reconocer los sentimientos que se presentan y la duración de los mismos, por lo tanto, es preciso recordar que si alguna sensación de vacío, susceptibilidad, tristeza, anhedonia, irritabilidad y demás, se prolongan por más de dos semanas, sería indicado conocer la postura de un especialista, ya que podría tratarse de una crisis depresiva.
En México, la depresión en jóvenes universitarios es una constante. Un artículo realizado en el 2009 por investigadores de la UNAM, reporta una prevalencia de depresión del 21.6% de la población total de estudiantes de ciencias básicas (Osornio y Palomino, 2009), aunado a que ésta suele elevarse a (Miranda y Gutiérrez, 2000). Desde un panorama aún más desolador, se sabe que el 80% de los estudiantes universitarios con depresión en México no cuentan con tratamiento alguno, ya sea porque desconocen su enfermedad, por el estigma social alrededor de las enfermedades mentales, o por la falta de recursos, entre otras (Instituto Nacional de Psiquiatría, 2018). Por otro lado, es relevante mencionar que el suicidio en México entre jóvenes de 15 a 19 años, es la tercera causa de muerte para este sector, y si bien existe más de una razón para suicidarse, la presión que ejerce la vida moderna suele ser una razón predominante.
De igual forma, es bien estudiada la relación depresión-desempeño académico, y se propone que el ciclo más común de estos dos factores es “estudio – fracaso – depresión – fracaso – depresión, etc.” (Osornio y Palomino, 2009). Se sabe que el fracaso escolar en México es alto, por lo que no podemos asegurar que el mal rendimiento es la única causa de depresión, y aquí es donde el significado que tiene para el sujeto la pérdida, el fracaso, la desaprobación o la desilusión juega un papel muy importante, así como la presión que la familia o el núcleo social ejerza a partir de lo anterior.
La significación del fracaso definitivamente tiene un componente individual y personal; sin embargo, queda en cada familia procurar que el fracaso no sea algo negativo, y más bien se considere como un proceso natural y enriquecedor del aprendizaje.
Existe otra situación durante la formación universitaria que, de igual forma, es parte de una constante en las escuelas y centros de aprendizaje de México, y es la dificultad y las barreras existentes en las relaciones con los docentes. Entre ellas se encuentra, predominantemente, el manejo de la autoridad y las relaciones de poder, dificultad en la intercomunicación, inequidad en la evaluación, sobrecarga de asignaturas y tareas, entre muchas otras. Todo lo anterior, si se maneja de forma negativa pueden conducir a la depresión en universitarios (Amezquita et al., 2000), y por lo mismo esto debe de ser una llamada de atención para el cuerpo docente y los tomadores de decisiones en las universidades, ya que debido a su supuesta superioridad en relación con los alumnos, éstos pueden desencadenar enfermedades mentales severas, que definitivamente atentan contra su desempeño escolar y social. El abuso de poder definitivamente es una de las causas de depresión universitaria.
A manera de conclusión, creemos lamentable que nuestras sociedades conciban a los humanos como máquinas incansables, y que el tener tiempo para descansar o dedicarse a otras labores que no impliquen el trabajo universitario suela ser tan difícil; sin embargo, es completamente necesario. La depresión universitaria sólo puede ser prevenida/tratada integralmente si -aunado a psicoterapia y/o fármacos- se acaba con la fuente que promueve el comportamiento depresivo. Es indispensable entender lo anterior, ya que encaminarse a tratamientos que únicamente deseen eliminar los síntomas conllevan en la mayoría de los casos a recaídas crónicas. La depresión en jóvenes universitarios está fuertemente correlacionada con el estrés que la universidad puede implicar, y si bien la respuesta no es terminar con la universidad, sí lo es aprender a manejar y tratar las exigencias, además de procurar, bajo cualquier situación, tener tiempo de ocio. Diversos estudios avalan al descanso como un mecanismo protector de enfermedades mentales, así como uno que beneficia y refuerza el aprendizaje (Elizalde, 2010).
Por otro lado, otra forma de erradicar esta barrera al crecimiento y al aprendizaje -es decir, la depresión universitaria- es tomar una posición activa en las decisiones que se tomen en los centros de aprendizaje, así como bajo ninguna circunstancia permitir injusticias que impliquen un mal manejo de la autoridad. Lo anterior generalmente no sucede, entre otras razones por el miedo a las represalias que pueda conllevar exponer las prácticas negativas y opresivas de ciertos docentes e incluso de instituciones enteras. Sin embargo, no hablar no es la opción, ya que debido al silencio y al miedo, hay muchos universitarios que hoy en día no pueden superar su situación. Si conoces a alguien que no esté pasando el mejor momento, no dudes en conseguir ayuda especializada por parte de un psicólogo, o algún otro médico. La depresión universitaria existe, es muy prevalente y no debería de cobrar la vida de ningún universitario, menos aún si es completamente prevenible y tratable.
✍ Psicoterapeuta Claudia Garibay
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